EL senador estatal de Nebraska, Ernie Chambers, presentó hace años una demanda judicial contra Dios, al que acusaba de haber causado “nefastas catástrofes” en el mundo, que provocaron muerte y destrucción sin misericordia. El escrito fue admitido a trámite por la Corte del distrito de Douglas, en Nebraska. Aunque, evidentemente no hubo condena, entre otras cosas al no presentarse el acusado. Lo cierto es que nadie pudo negar al senador el derecho a la pataleta. En su demanda, lanzó varias acusaciones contra Dios, por provocar “espantosas inundaciones, horrendos huracanes, terroríficos tornados, perniciosas plagas y guerras genocidas”. Por ello, pidió al juez que sometiera a Dios a un proceso judicial, no sin antes pedirle que le hiciera un requerimiento permanente para que cesara en sus “acciones destructivas y sus amenazas terroríficas”. En aquel momento pensé que era una excentricidad más de las que ocurren en Estados Unidos. También pensé en la necesidad de llamar la atención de algunas personas. Me he acordado estos días de la gesta de Ernie Chambers al pensar en la fatalidad que a veces nos depara el destino. No dejo de pensar en la muerte de la joven bioquímica en Madrid aplastada por un árbol de 2.000 kilos cuando iba junto a sus padres al acto de graduación. Un buen amigo recita en estos casos las palabras de un poeta anónimo a modo de réquiem: “Si Dios existe, que Dios le perdone”.
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