LO soltó como un chascarrillo. “Toda la vida hemos hecho media jornada, de 12 a 12”, se regodeó José Luis Yzuel, presidente de la hostelería española, choteándose de los derechos laborales para criticar a quienes se quejan de trabajar diez horas. “Lo siento, no volverá a ocurrir”, tuvo que disculparse luego, cual rey emérito, cuando la desvergüenza no le alcanzaba ya el nudo de la corbata. Porque se empieza justificando el desempeño maratoniano –al que él llama “flexibilidad”– y se acaba por laborar gratis los festivos, cobrar un sueldo donde el mileurismo se convierte en hazaña, soñar con que algún año te toque la pedrea del aumento y rezar para que tu salud no se deslome física y mentalmente. Algo que al citado empresario, como a muchos de su estirpe, le debe sonar a reivindicación bolivariana, claro está, y más en un sector en el que están a la orden del día la economía sumergida y las malas praxis, cada vez más extendidas a otros gremios. Más allá de que por haber ocurrido “toda la vida” es un argumento que daría derecho de pernada a seguir tirando cabras desde los campanarios o contratando esclavos, que sería su modelo ideal de jornalero; quizá habría que espetar a todos estos expertos en liderazgo –quienes además no han trabajado 12 horas en su (...) vida– que con la legitimación de la explotación y el fomento de la miseria también ha llegado la hora de gritar alto y claro “¡se acabó!”. Que su broma no tiene ya ni puñetera gracia.

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