Recorres los pasillos del súper con el carrito de la compra convertido en mascota que tira de ti y lo engulle todo y sin llegar a caja ya intuyes que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sí, los cartelitos coloripintos con números y decimales te transforman en un sentimental según definición de Oscar Wilde: alquien que ve un absurdo valor en todo y no conoce el precio fijo de nada. Es como si la relación entre la oferta y la demanda para explicar costes no estuviera ya en el mercado. Que no hay quien compre la idea, vaya. Casi hasta la echas de menos. Siquiera permitía intuir, solo intuir, a qué atenerse mientras hoy no entiendes ni papa porque hasta ese tubérculo ha subido un 18% en un año. Añades huevo y aceite y hacer una tortilla de dos yemas con su clara, un par de patatas y un chorrito de oliva cuesta ahora, sin contar el consumo eléctrico, más allá de 1,43 euritos. Ya, que no parece tanto. Pero es un 52,5% más que en septiembre del año pasado, cuando salía a menos de 70 céntimos. ¿Desayunas una tostada de pan de molde con mantequilla y un vaso de leche? Esta semana te sale, sin café ni echar azúcar, a 0,54€, por encima de 6 céntimos (12%) más que doce meses antes. Así todo. Dice Nadia Calviño que es un éxito contener el IPC por debajo del 3%. Obvia que comer todos los días cuesta un 10% más cada día desde hace 18 meses. Son 547 días. Y como también decía Wilde, “no soporto a la gente que no se toma la comida en serio”.