A la vuelta de la esquina del próximo viernes cambiamos de mes como si este que se acaba hubiese venido defectuoso. Y no será para tanto, digo yo, cuando muchos lo van a estirar tres días, hasta el lunes. Además, el calendario no incluye hoja de reclamaciones. Así que ajo y agua, que en nada empieza el curso. Lo de la estrenada legislatura es ya otro cantar. Dicen que dicen que depende de las encuestas y unos y otros andan de gurú demoscópico en gurú demoscópico para calcular el coste-beneficio electoral de colocar otra vez, una más, las urnas a la altura del aguante de los ciudadanos. O sea, donde suelen estar, por la cintura... o más abajo mismamente. Y no les arriendo la ganancia. Ni en lo de reclamar el voto ni en lo de facturar estadísticas. Ya antes del hoy lejano 23 de julio, cuando casi todo el mundo tenía todavía por delante sus vacaciones (snif, morriña), el Estado español batió todos los récords europeos de realización de sondeos. “Tracking”, llaman ahora a lo de telefonear a vecinos para preguntar por su intención... que no es otra que mandar por ahí al pobre becario-encuestador de turno. Más de cien se publicaron las dos semanas previas y no acertó ni el CSI (no, no es un error) de Tezanos. Así que ahora, en plena rentrée laboral, con los precios de los libros y del chándal, con la comida como la de las aerolíneas, escasa y por las nubes, a ver quién se fía de las encuestas. O de las elecciones, claro.