MIENTRAS Feijóo y Abascal se citan en reservados para rumiar la derrota del negacionismo y buscar tránsfugas que ayuden a asaltar las instituciones y derrocar el parlamentarismo; una mujer de 74 años, Maruja, visibiliza la mayoría social que salió de las urnas. Ocurrió en Molina de Segura, localidad murciana donde los pactos de la vergüenza arrancaron la alcaldía a la izquierda, aun siendo la socialista la lista más votada, prueba añadida del cinismo y escasa catadura moral, vulgarmente la jeta, con que se comportan desde Génova y sus sucursales. Lo hizo con un pañuelo anudado al cuello donde podía leerse Ni una muerta más, en un convulso pleno donde ella, muchas otras abuelas y abuelos, y vecinos del pueblo denunciaban la supresión de la concejalía de Igualdad promovida por la ultraderecha con el beneplácito del PP, cuyo regidor, como en la época de los grises, conminó a identificarla. La edil de Vox le hubiera llevado con ganas esposada al cuartelillo. “¿Sacarme a mí? ¿Por qué? Yo no he hecho nada malo y de aquí no me voy. Tres hombres, tres policías, tocándome por el cuello y los brazos... Menos mal que tengo mis kilikos y no han podido”, tiró con salero. Reconforta la implicación de las generaciones que empujaron para que a sus nietos no les faltara de nada. Y es a ellas a las que esta sociedad no puede fallar, pie en pared frente a aquellos que negocian en familia, como les gusta, el modo de dejarnos sin derechos.
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