La derrota es tan antigua como la vida, empeñada ésta en confrontar, en ganar y perder, desde que necesitó destruir lo anterior hace casi catorce mil millones de años para empezar, átomo a átomo, a generarse a sí misma. Pero en este mundo de hoy, más de cuarenta mil décadas después de que aquellos primeros átomos empezaran a estabilizarse, cuando vivimos, si de vivir se trata, entre bits y bots, todavía hay quien se aferra a la negación de la evidencia que hace veintidós siglos, uno antes de Cristo, cuando ni siquiera existía el pergamino, Publio Sirio ya escribió sobre un papiro: es imposible ganar sin que otro pierda. Y aun si parece evidente que alguien ha perdido, tan vieja como la derrota es la dificultad de reconocerse en ella.
Así es la vida... y no iba a ser menos la política, o sea, el arte, doctrina o práctica referente al gobierno de los estados, que es como decir el gobierno de la vida, siquiera de las vidas ajenas. O de las derrotas ajenas, ya que nadie pierde. Feijóo no ha perdido aunque no ha ganado porque Sánchez no ha ganado pero no ha perdido. Y Sánchez no ha perdido aunque no ha ganado porque Feijóo no ha perdido pero no ha ganado. ¡Vaya trabalenguas! Es, como dijo Cela, la España emperrada donde quien resiste, gana. Pero no hace falta perderse en la vida de otros. Sucede aquí mismo. Los que habían perdido han ganado y el que no ha ganado quizá no salga perdiendo. ¿O no? ¿Qué tal una encuesta?