LO siento si les he creado falsas expectativas, pero no les voy a hablar de la programación musical de Aste Nagusia, sino de los fitipaldis que conducen como si les persiguieran la vaquilla en paro del Grand Prix o el líder de la ultraderecha en un tanque. Para algunos esa ha sido su mayor pesadilla este verano. Para otros, tener que atravesar, camino de su destino vacacional, la M-30. Esa especie de Demogorgon de asfalto al que le crecen carriles a ambos lados como tentáculos, plagados de vehículos que los atraviesan de izquierda a derecha y viceversa, muchas veces sin decir este intermitente es mío. Cuenta la leyenda que algún pobre que sigue a rajatabla los mandamientos de la DGT lleva atrapado en esta vía, sin poder coger la salida, desde primeros de julio. No todos los desaprensivos van al volante de un bólido. También hay quien se viene arriba con su camión, con un remolque a rebosar o con la L estampada en el cristal de atrás. Vale que los conductores nobeles pueden ir a la misma velocidad que el resto de los humanos, pero es que algunos pisan el acelerador a ritmo de hardcore, mientras que otros, veteranos, circulan al compás de la canción de Fofo En el auto de papá, que hoy tendría que llamarse en En el auto de papá, mamá o mi tutor o tutora legal. Decía algo así: Vamos de paseo, pipipi, en un auto feo, pipipi, pero no me importa, pipipi, porque llevo torta. Aquella sería de pan con chorizo. Las de ahora son mortales. Así que no hagan el payaso.

arodriguez@deia.eus