NO andaba en ninguna montaña remota ni echando un mus con emisarios rusos. Tratado cual meme que juega a marcar las pautas de su partido desde las redes y olvidado por las huestes españolas y hasta algunas indepes, irrumpe de repente Puigdemont cual Doctor Gang acariciando el gato. Con la sartén por el mango. Del ninguneo político-mediático del sector progre de la Corte, persecución judicial incluida, a rogarle casi genuflexión en aras de la gobernabilidad de España. La misma que le condenó a debatirse entre el exilio o las rejas. Vaya por delante que, como mal menor (y no es poco), confío en la investidura de Sánchez en mucha mayor proporción que en el arrepentimiento de esa izquierda que abrió la puerta a la derecha para arrebatarle Barcelona a un separatista tan sospechoso (ironía) como Trias. Pero ahora lo quieren todo a cambio de (casi) nada. Y en esa tesitura Junts, aunque a sabiendas de que su exigencia de máximos resulta parlamentariamente inviable, tiene un espejo donde mirarse. La política de bilateralidad simplona que reparte beneficios internos sin reportar nada material a su electorado ha deshuesado a ERC. Las demandas sociales, imprescindibles, van de suyo pero no pueden descafeinar por el camino las reivindicaciones soberanistas. Algo de lo que deben tomar nota sus compañeros de viaje y algún otro en Euskadi. De lo contrario no hay forma de distinguirse. Y, a lo lejos, suena: Waterloo, I was defeated, you won the war...

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