HABLAR de Bob Dylan no es solo hablar de música, sino también de un icono. Que el cantante es un hombre con mucho carácter (una de las razones por las que encanta. O no) ha quedado siempre patente. Cuando en 2016 le concedieron el Nobel de Literatura mandó un mensaje de agradecimiento a la Academia Sueca pero excusando su ausencia en la entrega del premio porque “tenía otros compromisos”. Es decir, una espantada en toda regla. También le hizo la cobra al Príncipe de Asturias. Ahora, en un momento en el que la música en directo no se entiende sin el uso de los teléfonos móviles, el poeta maldito ha decidido emprender una cruzada contra ellos. Es increíble que la gente haga fila durante horas, e incluso días, y luego se pase todo el espectáculo grabando con sus móviles, mirando una pantalla en lugar de disfrutar del escenario. Y Dylan, ajeno al mundo mediático y frenético de estos nuevos tiempos, se ha plantado. En su concierto en Madrid –y se volverá a repetir en los de Donostia los próximos días 19 y 20– , el público ha tenido que usar un nuevo sistema que les obliga a dejar sus teléfonos dentro de bolsas selladas que tienen una alarma como la de las tiendas de ropa. Si necesitas el teléfono, tienes que salir y el personal lo saca de la bolsa. Si quieres volver al concierto, toca volver a empezar y dejar el teléfono en la bolsa para que la vuelvan a sellar. Mi admiración por el chico de Minnesota ha crecido estos días.

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