A estas alturas, me temo que el famoso ChatGPT debe saber ya hasta mi talla de bragas. Domina tanto mi vida íntima que conoce que uso una M, pero que con la XL respiro mejor. Hasta el año pasado, no había ni oído hablar de esta plataforma de inteligencia artificial, pero en apenas unos meses copa páginas de periódico, blogs, redes y no hay bicho viviente que no sepa algo de un robot capaz de mantener todo tipo de conversaciones y contestar cualquier pregunta, y que puede hacerte creer que, al otro lado, hay un ser humano. Me da que se parece mucho al perfecto cuñado, es decir, aparenta saber de cualquier tema, y en una conversación superficial puede resultar convincente, pero si le pones trampa, se ve el cartón. Además miente. Creo que no lo hace a propósito, pero miente. De una forma sutil, verosímil y disimulada la mayoría de las veces; descaradamente, otras. No es de fiar. No solo responde dudas, te hace recomendaciones de música, de libros, te explica las cosas como si tuvieras diez años... Me da grima. No necesitamos un tolosa que nos devuelva información a saco, censurada bajo el yugo de lo políticamente correcto. Aunque, desgraciadamente en el terreno periodístico, debemos asumir que escribe textos a la velocidad de la luz, e incluso quizá sean buenos. ¡Pero ojo que esta columna es propia! Dudo mucho que el chatbot incluyera asuntos de lencería. Creo que de sentido del humor no va sobrado.

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