NO sé si estoy pasada de rosca o es que estamos sobreinformados. Que casi la espicha un youtuber cementando su cabeza dentro de un microondas en Reino Unido, pues vamos y nos enteramos. Aunque haya pasado hace seis años. Y ya, una vez que lo sabes, metes el café a calentar con un yoquesé entre hay que ser gilipuertas y vaya grima. Tampoco olvido al hombre que murió atropellado en California ayudando a cruzar la carretera a una familia de patos. Que tú piensas: ¿a quién se le ocurre? y, luego ya, si eso, pobrecito, y a partir de entonces conduces por la Gran Vía en tensión por si a los de Doña Casilda les da por ir a Pozas a hacer pintxo pote. Y no eres la única porque, admítanlo, muchos clicamos. La cosa no quedó ahí. Al de unos días –no sé si por un efecto llamada entre ánades, porque huyen despavoridos para que no les toque en la mesa electoral o porque a los periodistas nos pone buscar réplicas–, ¡tate!, una pata y sus patitos cruzaron una carretera en Ourense. Y ahí que fue una señora a parar el tráfico para proteger a los kamikazes. Pues multipliquen estos casos por un puñado a diario y sírvanse las secuelas. Ya no veo barrotes sin cabeza atascada, ni viandante a salvo de que le parta un rayo o le caiga un árbol o un sofá. “Ama, que ya sé. Aunque sea de un solo sentido, miro a los dos lados porque igual viene un rarito marcha atrás por el otro y me atropella”. Y mira también para arriba, que la NASA ha reconocido que existen los ovnis.

arodriguez@deia.eus