SI podemos vasquizar por un instante a Nadal por aquello de que su zurda se paseó un año, cuando solo tenía 14, en aquel prestigioso torneo Sport Goofy de Jolaseta; permítanme la osadía de que los de Erandio nos apropiemos por un día de un cachito de las gestas de Jon Rahm, que en 2004 hizo sus primeros giros de muñeca en el Club Deportivo Martiartu, carretera Gohierri hacia la universidad, antes de dar el estirón en el Larrabea. Hazañas deportivas hay unas cuantas en el histórico del deporte vizcaino, pero la del león de Barrika, si no fuera por lo odiosas que son las comparaciones, estaría a la altura en trascendencia de la última vez que surcó la gabarra del Athletic, de ahí que poco me parece cualquier cobertura que se le dé y que solemos hacer depender del eco social en la calle, y ya saben que en eso, por desgracia, el fútbol vence por goleada, y más en este herrialde. Escogió Arizona para estudiar Comunicación con una beca y labrar allí toda su maestría porque al estar en el desierto, el sol atizaba siempre y podía optimizar sus entrenos. Aprendió inglés con las letras de Eminem y asentó su vida personal con la deportista Kelley Cahill, Un cuento de hadas, no exento de hendiduras, apropiado para un biopic. Y esto me lleva a acordarme de todos los Rahm anónimos que hubo, hay y habrá en tantas disciplinas, y que tienen que pagarse un pedacito de tartán o una calle en la piscina para irse a dormir con un sueño parecido. El balón no sale tan caro.
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