Me acaba de llamar una amiga para comentarme que lleva dos días con resfriado. “Habré cogido un virus”, me ha dicho. Cuando le he sugerido que se haga la prueba del covid, ha puesto el grito en el cielo. ¡Cómo va a ser covid! Media hora más tarde me ha vuelto a telefonear para decirme que el test le ha dado positivo, tiene coronavirus. Es la primera vez que se contagia y con las vacunas de refuerzo solo le está provocando unas leves molestias. Nada que ver a lo que hubiera sucedido en estos pasados malditos años. El mundo cambió tal y como lo habíamos conocido cuando el 14 de marzo de 2020 Pedro Sánchez comparecía en el Palacio de La Moncloa para confirmar lo que hacía unos días se veía venir, que el aumento de los contagios por covid-19 hacía necesario que permaneciéramos confinados en nuestros domicilios debido a “la crisis sanitaria global que definirá nuestro tiempo”, en palabras de la Organización Mundial de la Salud. Tres años después, la mayor crisis de salud de nuestra época parece estar llegando a su fin; casi nada se parece a lo que ocurría entonces. En este proceso, las vacunas han sido fundamentales. El otro día una doctora me comentaba que están encontrando bastante reticencia entre la población vasca para poner las de refuerzo. Siempre me sorprende la fragilidad de la memoria humana. Hay que confiar en la ciencia, no nos queda otra. Es la mejor opción para no volver al abismo.

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