CUANDO Bruselas anunció que ponía en marcha un plan de inversiones para rescatar a Europa del pozo del coronavirus, el aplauso fue generalizado. La lluvia de millones de euros anunciada es inabarcable para la mente humana y con tanto número junto, la victoria estaba asegurada. Hay que hacer memoria de lo que se dijo entonces desde diversos estamentos y el motivo. La Comisión Europea tardó en reaccionar –y erró en algunas actuaciones– durante la crisis financiera y los tacos de calendario cayeron como losas sobre las cabezas de muchas familias. Así que la respuesta casi inmediata en el caso de la pandemia fue todo un alivio. Ocurre sin embargo que el desarrollo es tan complejo –al parecer, también la burocracia– que se diría que hay sobre las cabezas de las empresas un paraguas que impide que cale esa lluvia en la economía real. Se les está quedando a muchos cara de alcalde de Bienvenido míster Marshall. Y es que no hay que olvidar que el destino final de los fondos Next Generation no es un rescate al uso. Se trata de modernizar la economía y avanzar a su vez hacia una Europa más sostenible y autodependiente en el plano energético. Las tres transiciones –digital, ecológica y socioeconómica– son la base de un nuevo modelo de crecimiento más robusto para hacer frente a las crisis. Ya saben, eso de la resiliencia, que suena tanto los últimos tiempos. Un objetivo tan importante que sería un desastre que no llueva millones con más fuerza este año.
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