HEMOS traspasado el ecuador de las navidades con un regusto extraño ante tanta violencia en fechas de aparente paz, armonía y amor. Es posible que se deba a que estos días, menos armónicos lo son todo. Los poderes públicos alertan sobre el ejercicio de la violencia en el periodo navideño que en Euskadi hemos vivido tras los apuñalamientos en Navidad y el reciente caso de la mujer asesinada en el barrio bilbaino de San Francisco. En Año Nuevo, el envenenamiento de los niños de Barakaldo por parte de su madre añadió la gasolina necesaria a todos lo que niegan la violencia machista. Una explosión de violencia que los expertos lo achacan a varios factores y no sé si todos me convencen. Alcohol, mayor convivencia por las vacaciones e incluso más frecuencia en las discusiones de pareja por dónde comer o cenar o el aumento responsabilidades familiares con los niños y niñas de vacaciones. Una convivencia bien extraña y el alcohol parecen un sumatorio peligroso para el estallido, lo mismo en el negocio familiar que tras una jarana. La pandemia nos enseñó el drama casero de la convivencia ininterrumpida con el agresor y su aumento exponencial del riesgo. La violencia machista no entiende de perfiles, clases, edad o formación pero sí parece entender de calendarios. La Navidad es un polvorín. Entramos en la recta final de las vacaciones. Más regalos, sí; más concordia, también, pero ni una mujer más sufriendo, ni ningún niño en peligro, ni los demás mirando. Ni ellos ni ellas.

susana.martin@deia.eus