Puede que hasta hoy se hayan hecho los suecos, pero a estas alturas del macropuente toca poner el árbol y lo saben. Así que ya están tardando en coger la escalera. En mi caso, también la escoba, porque nuestro abeto es de hoja caduca y, en cuanto lo sacamos de la caja y desplegamos las ramas, por llamarles algo, un manto de tiritas verdes cubre la tarima. Un fastidio, pero peccata minuta si lo comparamos con el desparrame de las bolitas blancas de poliespan que imitan los copos de nieve. Si se te cae una bolsa al suelo, te dan los carnavales y sigues encontrando alguna debajo del sofá. Y esto no es hablar por hablar. Lo tengo empíricamente probado. Puestos a colgar adornos, hay que andar rápido para esconder la manualidad que trajo el crío en infantil. Una suerte de bola de cartulina con su careto de susto pegado. El mismo que puse yo cuando la vi. Pero si en algo hay que centrarse este año es en hacer desaparecer las lucecitas de Navidad y que parezca un accidente. Y ojito con el gato, que puede chivarse. Parece dormido, pero solo está esperando a que termines para saltar. Las luces se las podemos donar, porque tienen pocas, a los militares que sorteaban los servicios de una prostituta. De apaga y vámonos. A otros lo que les vendría bien es que la ayuda del Gobierno vasco para independizarse se hiciera extensiva a los menores lo que vienen a ser las vacaciones de Navidad. Luego ya, si eso, que vuelvan el 9 de enero. Que no lo digo yo, que lo dice el Grinch.

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