ES difícil que alguien olvide la primera vez que se enfrenta al Guernica de Picasso. De las violentas pinceladas del genial creador malagueño parecen emerger gritos de muerte. El horror que Picasso sintió al ver las imágenes de la localidad vasca destruida por los bombardeos nazis lo vomitó en este lienzo, que se ha convertido en el mayor alegato contra la violencia de la historia. En 2023 se cumplen 50 años de la muerte del artista y museos como el Guggenheim, el Reina Sofía o el Thyssen, entre otros, van a ofrecer exposiciones con su obra menos conocida para conmemorar el Año Picasso. Pero más allá de su genialidad, que nadie la discute, como hombre me produce mucho rechazo. Según sus historiadores, fue un misógino, un matón que ponía a sus esposas y amantes en un pedestal para luego derribarlas, un marido, amante e incluso abuelo egoísta, exigente y narcisista. Con la posible excepción de Françoise Gilot, que tuvo el valor de disentir de su mentalidad controladora y abandonarle con sus dos hijos, el pintor maltrataba a todas sus mujeres. No es el único artista cuya obra ha cautivado al mundo y que resulta intocable. Neruda violó a una mujer en Sri Lanka, cuyo trabajo era recoger la lata donde él dejaba sus heces, y lo contó abiertamente en su libro Confieso que he vivido. Incluso John Lennon, el cantante que buscaba la paz mundial, reconoció que golpeaba a su primera mujer. La genialidad acaba ocultando la misoginia.

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