ESTAMOS en ese momento de este reciente tiempo en el que nos comemos la vida a bocados. Demasiados días queriendo ver la famosa luz al final del túnel, las primeras vacaciones sin mascarilla, sin miedos instalados por la salud, sin pasaportes covid, sin antígenos y con ahorros. O eso nos dicen. El descorche tras lo más duro de la epidemia nos va a pillar, sin embargo, envueltos en amenazas que ya no se explicitan vía decretos y así, no las percibimos como peligrosas que es tanto como cerrar los ojos o hacer que no te enteras. El covid ya no existe en las portadas, en las redes, en las conversaciones, tampoco la guerra y la inflación la administramos con esa posología doméstica de conversación de ascensor que nos sirve para llegar a casa quejándonos del precio de los kiwis. Nada más allá. Conocimos el boom turístico desde los libros de historia hasta el mismísimo terreno de la orilla de la playa y el chiringuito y así seguirá siendo. La firmas de inversión apuntan ya a una recesión técnica en 2024, los bancos centrales actúan y la economía crecerá lenta y mientras suben los contagios, adelantando otra vez el miedo con esa musiquilla de fondo que nos sitúa ante el final de una gran escapada a punto de echar el cierre a una etapa y ponernos a inaugurar otra. Suenan tambores como un experimento que se repite en la economía y la salud. Pero todo, al final del verano. No sean cenizos, que ahora nos viene fatal.

susana.martin@deia.eus