A es ayer la nada que va de las veinticuatro a las cero horas alargada en un efímero festejo entre dos números del calendario. Ya es pasado. Hoy, que hace esa nada era futuro y no mucho antes incluso esperanza, es presente. Pero continuo. Nada ha cambiado la nada que va de un año a otro. Y si nada cambia... Decía Octavio Paz que las masas humanas más peligrosas son aquellas a las que se les ha imbuido del miedo al cambio. Las que nunca cuestionan la situación, el orden de las cosas, la normalidad, sea nueva, vieja o la vigilia, ni carne ni pescado, en que hemos vivido antes de la nada y vivimos tras ella y su prolongación festiva. Si acaso, variarán las estadísticas, esa verdad a medias de los tantos por ciento que nos convierte en lo que no somos, que nos hace ser lo que dicen que somos. Lo que quieren que seamos. Nada. ¿O no lo somos si no lo cuestionamos todo? Datos, solo datos. No tienen opinión, pero sirven para conformarlas. Los datos confeccionan prioridades y con estas se justifican actuaciones, actitudes políticas, económicas, sociales... Los datos nos visten de uniforme, nos ordenan. Y el orden engendra costumbre. Pero la comodidad de la costumbre engendrada en el orden, o en las órdenes, haga usted esto, no haga usted lo otro, hace del albedrío una amenaza. Lo dijo Adam Smith, padre de la economía moderna: el orden genera hábitos, pero es en el caos -que no es desorden- donde se genera la vida. Nos la están quitando.

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