O les voy a negar que a veces me sentí un poco Paco Martínez Soria en la ciudad que me ha abierto los ojos de la Europa de las dos, y tres, velocidades. Tras semanas de inquietud por cómo la pandemia azotaba Alemania y, por ende, peligraba mi escapada a Berlín, he descubierto el significado de la mentalidad germánica. Obedece no solo a la tendencia natural a acatar las normas, que para eso existen, en vez de tirar de pillería, que es posible, y no pagar por la gran oferta de transporte público a su alcance. También a la capacidad de instaurar y aplicar normativas muy claras que contribuyan a resolver problemas prácticos. Cierto es su desgarro con el nivel de vacunación, de los más bajos de la élite continental, pero mientras desde Euskadi llegaba como noticia de portada que en un restaurante se pedía ya el pase covid a un grupo que iba de cena de empresa, en la capital del glühwein la obligación de chequear el código QR, mostrando su DNI -obviar este paso rompe toda lógica-, alcanzaba a todo evento y comercio, sea hostelero o una simple tienda, y sin importar el aforo. Haya una, cien o mil personas. O cumples, o te quedas en casa. En algunos es además imprescindible el resultado de un test de antígenos que uno puede realizarse gratis en carpas instaladas casi cada tres pasos y donde los jóvenes hacen cola. Conminar a que uno se lo haga en Nochebuena es un buen consejo pero facilitar su ejecución es tarea del buen gobernante.

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