E acerca el 20º aniversario del 11-S y, aunque es una fecha que nunca hemos perdido de vista, recordamos otra vez dónde estábamos cuando cayeron las torres gemelas. También nos asalta el flashback de dónde estaba George Bush junior -cómo olvidar su cara de mármol cuando le cuentan en directo el ataque en una visita en un colegio- pero, en cambio, no hay forma de recordar qué estaba haciendo en aquel momento el entonces presidente español, José María Aznar. Sí viene a la memoria lo que hizo tres años después, durante los días posteriores al 11-M, que están manchados por el bochornoso intento del Partido Popular de sacar rendimiento electoral del atentado de Madrid. El código penal debería castigar de forma severa esos comportamientos, no extraña en cualquier caso que no sea así. Forma parte de la lógica de reacción de los populares a cualquier cuestión que ponga en riesgo el estatus, el que les beneficia, como ha ocurrido con el último movimiento de la Fiscalía en torno al padre del actual monarca, que cuestionan por el supuesto papel que ha jugado Juan Carlos de Borbón en la consolidación de una democracia que hace aguas en cuanto se plantean nuevos horizontes. Son cuestiones menores si se comparan con el panorama que queda en Afganistán tras el fracaso de una cruzada que fue consecuencia del panorama político de hace dos décadas. Que nada haya cambiado, que esa zona del planeta no haya avanzado lo más mínimo, es para echarse a temblar.