NA vez llegue para todos y en pocas semanas la oportunidad para vacunarse, llega el pasaporte covid para la vida cotidiana. Además de los viajes, el certificado servirá para entrar a conciertos, bibliotecas, gimnasios o restaurantes. Un salvoconducto para este lugar a media entrada que es lo que somos, con menos seguridad de la deseada y en el que no ha vuelto la movilidad de antaño pese a los avances y a nuestra capacidad adaptativa a la distancia, los geles y la mascarilla. Los más de 300 millones de pasaportes covid expedidos han demostrado el éxito para la movilidad dentro de la UE pero resta aún más, recuperar nuestra cotidianeidad y esa nueva normalidad de la que un día nos hablaron cuando nos desprecintamos del confinamiento duro. La necesidad del pasaporte covid puede ser una forma de forzar a los rezagados a vacunarse para así entrar en el camino hacia un marco de relaciones personales sin riesgos y en un escenario en el que el virus seguirá aquí. Sin embargo, el trato discriminado en aras de la seguridad devuelve a los jueces al protagonismo de toda una pandemia con el rechazo de su uso en Andalucía o su aval en Francia. ¿Debemos todos enseñar nuestro pasaporte de vacunación pudiendo seguir siendo transmisores del virus? ¿Podremos volver a nuestra antigua vida social con este certificado, único e intransferible a pesar de ser posibles portadores de un virus transferible? Ojalá se demuestre útil, tanto para la salud como para lo que fue creado, la eterna economía. susana.martin@deia.eus