E entre las colas que uno se ha podido encontrar estos días por Bilbao, seguramente la que más sorprende es el reguero que se ha formado junto al Banco de España en los últimos días del cambio de pesetas por euros. A la vista de todos los transeúntes, personas de toda índole -de mediana edad, mayores, muy mayores, hombres, mujeres, trajeados, de sport, hechos unos zorros...- se han puesto en evidencia: casi 20 años después de la muerte de la peseta, todavía guardaban monedas. ¿Por qué lo hacían? Seguro que la vena literaria que late en el interior de todo quisque ha generado, entre los peatones que no podían evitar fijarse en las caras de los peseteros, historias variadas. La del incrédulo que estaba convencido de que la moneda europea naufragaría y se frotaba las manos hace una década durante la marejada de la anterior crisis. La del despistado que al cambiar el sofá descubrió un tesoro de calderilla acumulada durante años de siestas. La historia de la heredera de la tía Paca, que al vaciar la casa para venderla comprobó que era verdad que la finada nunca tiraba nada. La del blanqueador de capitales que lleva 20 años recolectando toneladas de monedas y cambiándolas poco a poco para no levantar sospechas. La del nostálgico arrepentido de la España independiente de la UE. Y muchas más historias con las que intentar entender lo inexplicable, que según el último recuento haya 1.580 millones de euros -264.211 millones de pesetas- sin cambiar.