A prudencia puede confundirse muchas veces con la cobardía. En las últimas semanas, las noticias sobre los casos de trombos presuntamente ligados a la vacuna de AstraZeneca llevó a muchos gobiernos a tomar la prudente decisión de suspender la inoculación con esos viales. Creo que más que prudencia se trató de una decisión impulsada por el miedo de los ejecutivos a ser devorados por sus respectivas oposiciones y opiniones públicas en caso de que algún día se confirmara la citada relación. Es decir, por cobardía. Ese movimiento preventivo puede causar muchas muertes en el futuro inmediato, de las que los gobiernos no se sentirán responsables y sobre las que nadie les pedirá cuentas. Todos tan contentos: quienes presionaron, consciente o inconscientemente, y quienes se dejaron presionar y tomaron el camino menos valiente. Los científicos dejaron bien claro, ante este dilema, que la no vacunación provoca muchas más muertes que los aislados hipotéticos casos de efectos secundarios. La presencia del covid-19 y de las vacunas no va a acabar con las trombosis, los infartos, los cánceres y cualquier otra enfermedad. Paralizar la vacunación porque una persona inoculada desarrolla, por ejemplo, un forúnculo en salva sea la parte es colocar a la anticiencia a los mandos de la política sanitaria. Ya sabemos que siempre habrá un abogado dispuesto a convertirse en ese forúnculo para las farmacéuticas y los gobiernos. La cuestión es ser valiente para no permitírselo.