UNQUE las fotos no mienten, los mentirosos pueden hacer fotos. La ensayista Susan Sontag advertía así hace cuatro décadas de instantáneas como la brindada pala en mano por Pablo Casado para barrer los efectos de Filomena cuando en verdad solo pretendía limpiar su imagen. Como el retrato de Ignacio Aguado ataviado con un guante, no sea que se ensuciara al sujetar el mango, e impolutos zapatos de marca y sin rastro de nieve. Un intento fatuo de arengar al pueblo llano para ejercer de solidarios operarios por la cara, al tiempo que la lideresa Ayuso echaba balones fuera y conminaba a la gente a quedarse en casa mientras su pareja de cama salía a practicar snow por las intransitables calles de Madrid. Aunque la impostura les haga caer en el ridículo, casi siempre es mejor quedarse con alguna de esas imágenes que con las palabras que sueltan por la boca. No es de extrañar que haya próceres del periodismo dispuestos a tirar la toalla de la opinión y el debate, empachados de asistir a duelos a palos, y a paladas, entre una clase política ensimismada y apuntalada por colegas de profesión capaces de llevar al titular que Sánchez fue vestido de traje al gabinete de crisis de la nevada. O de hacer una entrevista al candidato Laporta y que el 90% de las preguntas se refieran al procés y Puigdemont, y ni se cite a Messi. Corren malos tiempos para el oficio de contar las cosas cuando lo de menos es la veracidad de los hechos.

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