S un caso único Salvador Illa, ese desconocido hasta que Sánchez le nombró ministro de Sanidad tras el doloroso parto de la cohabitación. Un caso extraordinario cuando lo llaman en un sitio los suyos pero los adversarios no terminan de soltarlo. Es como renegar del novio constantemente hasta que llega un viento y se lo lleva. La gestión sanitaria de Illa era de esas cosas manifiestamente mejorables hasta para pedir su dimisión pero basta que lo llamen a filas en otro lugar para que sea más vital que comer y beber a diario. Le pasó a Rodolfo Ares, que llevaba casi una legislatura de consejero de Interior y pasó, a un mes de las elecciones, de abandonar la cosa pública a dirigir la campaña para unas elecciones irremediablemente perdidas. A Illa no lo quieren cuando está y lo reclaman cuando se fuga, un case study, prescindible cuando le da por ejercer e indispensable cuando decide marcharse. Dentro de su propio Gobierno ya han salido las voces que le entonan el "céntrate", como si no fuera lo que ha intentado Sánchez una vez tras otra desde que inauguró el Gobierno con el partido de sus insomnios. Al ministro lo zarandean las circunstancias desde marzo, lo mismo sean pandemias globales que elecciones en su tierra. Todos los perros del hortelano, lo quieren echar cuando se queda y atornillarlo cuando se va. Ha nacido una estrella a la que, si nada lo remedia, acabarán comiéndoselo. A besos.

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