I se pone de perfil ni responde al estereotipo germano. Pero toca la fibra hasta a aquellos alejados de su espectro ideológico. Probablemente sea el único líder europeo a quien a día de hoy prestaría -porque no se regala- mi voto. Ella. Angela Merkel. Su despedida en otoño de 2021 marcará el ocaso de la vieja política. Asertiva, dirigiéndose a la gente con franqueza y sin dobleces, sin buscar medir sus decisiones en función de los posibles réditos, su tono casi suplicante y emocionado ante la inasumible realidad de la pandemia en esta y otras fechas han desnudado las carencias de sus colegas mandatarios. El cerrojazo por los cuatro costados de Alemania, se lo permita o no su contexto socioeconómico, invita a reflexionar sobre la necesidad de arriesgar a que engorde la fatídica estadística. A no ser que se haya apostado por convivir con la crudeza del virus en su fase final, y sálvese quien pueda, en lugar de protegerse sin descargar la responsabilidad en una heterogénea masa de ciudadanos, una vez que ha sido imposible doblegarlo a tiempo. Sí, porque no hay vacuna ni dirigente que pueda maquillar esta derrota por goleada. La popularidad de la canciller alcanza cifras récord al huir del estilo de comunicación tecnócrata y de ambigüedad deliberada, huérfano de empatía, con que nos manejan la mayoría de sus homólogos. Hay boquetes y caos de gestión irremediables. Y muchos ya no estarán aquí para poder juzgarlos.

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