uando despertó, el bicho todavía estaba allí. Parafrasear a Augusto Monterroso es lo que menos me apetecía hacer esta mañana al despertar, y estoy seguro de que lo he hecho (tanto despertar, espero que sí, como parafrasear, aunque deseaba que no). Mi duda es, a la hora de cerrar esta edición, como solíamos decir los periodistas de tiempos de los dinosaurios cuando el regente de talleres nos gritaba: ¡Mándala, jodido; como esté!; mi duda es, insisto, si el despertar ha sido de los de taza, o de los de taza y media. Una taza es el bicho SARS-CoV-2 y la otra, el bicho Trump Part 2. El primero, diminuto dinosaurio, habrá estado ahí. El segundo, el gran dinosaurio, andará seguramente bailando con ese monstruo que para él es la democracia: si ha ganado, para ridiculizar a su adversario; si ha perdido, para intentar agarrarse al poder con todas las artimañas que necesite. Esta es la taza más amarga, y la más peligrosa. El virus pasará. Habrá vacunas, inmunidad de rebaño, medicamentos paliativos... lo que sea. Pero un segundo mandato del magnate neoyorquino dará pie a una pandemia que se extenderá también por todo el planeta, e infectará del más rancio populismo a todos los países. Si un individuo que es capaz de utilizar las artes más rastreras para mantener el mando recibe un segundo respaldo de la, en teoría, sociedad más desarrollada del planeta, no hay duda de que el ejemplo va a cundir. Será la universalización de la estupidez. Y contra esta no hay vacuna.