UANDO esperábamos el accidente otoñal del covid ha llegado Boris Johnson amenazando con no respetar el periodo de transición al Brexit y cerrar la puerta el próximo 15 de octubre a todo europeo que se le ponga delante. Atendiendo a las fechas tontilocas del primer ministro, queda prácticamente un mes para llegar a otro acuerdo entre Londres y Bruselas en medio de la famosa polémica del "pollo clorado", que es un pollo importado de Estados Unidos, que se baña en cloro para quitarle los gérmenes y que está vetado en la UE pero que Johnson está loco por metérselo en la boca a los británicos. El curso ha empezado a navajazos y el premier amenaza con romper algunos acuerdos de los firmados en este eterno folletín de los divorcios entre los divorcios. Se anuncia un pollo sin precedentes. Una segunda oleada de coronavirus y de aliño el Brexit sin acuerdo y a las bravas, una manera como cualquier otra de que hablen de ti pero no de una gestión que ya se ha llevado por delante a 40.000 británicos, convirtiéndolo en el quinto país con mayor número de fallecidos y el cuarto en relación a su densidad de población desde que se desató la pandemia. El primer ministro es ya una triste metáfora de sí mismo, prendiendo la mecha de sus fuegos artificiales antes de las negociaciones y blandiendo otro pollo entre las manos. Como uno clorado y polémico en las relaciones comerciales. Hormonado y rubio. Su vivo retrato.

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