saber qué estará pensando su abuela Celia, allá arriba, en el cielo rosarino mientras acá abajo sus fieles solo se acuerdan de las madres de quienes, desde el rencor, han dedicado sus años a no dejar ni los rescoldos de quienes cimentaron la grandeza. Son legión los puristas que, tirando de perogrullada y enseñando media sonrisa, tildan de pueril el comportamiento de Messi para dejar el Barça alegando que el escudo, la camiseta y el club están por encima. Olvidan la trascendencia del personaje y lo mancillan equiparándolo a uno de sus semejantes cuando la comparación cae por su propio peso. Si la llegada de Ronaldinho devolvió a la entidad la sonrisa; la irrupción de Leo supuso acuñar el neologismo "eres el Messi de..." como material para los poetas por su capacidad de glorificar y convertir en excelso todo lo que se propuso, entre otras cosas un equipo culé históricamente acostumbrado a verlo todo desgraciadamente blanco y devorado por mil batallas. Cierto que se ha apoyado para sus éxitos en sus caprichos y soldados de escuadra y cartabón, pero en un mundo terrenal él patentó los milagros. De decir adéu, la religión messiánica seguirá en pie como el David de Michelangelo o el Requiem de Mozart, y el fútbol mundial le deberá un museo porque a Messi hay que vivirlo con los ojos y no medirlo con las palabras. Tamaña e irrepetible obra de arte debería dar nombre ya al que ha sido y es su estadio.

isantamaria@deia.eus