FAMADAS por ser las primeras en abandonar el barco o por claudicar ante la extraña música del flautista de Hamelin, a servidor no hay animal que más le eche para atrás que las ratas. Una alusión a este roedor (Coletas, rata) pintada sobre una carretera próxima a su lugar de veraneo en Asturias, como cuando se jalea a los ciclistas incrustando su nombre en el pavimento, fue la guinda al acoso que viene sufriendo desde hace tres meses la familia Pablo Iglesias-Irene Montero en las inmediaciones de su, sí, casoplón en Galapagar, y que provocó que hicieran las maletas en Felgueras de vuelta a Madrid. Legítimo es que a uno le caiga mejor o peor el vicepresidente de la patria de Abascal, pero el fanatismo instigado contra su vida privada por un tipo llamado Miguel Frontera es propio de quien se acerca a ser una alimaña. Equipararlo al "jarabe democrático" que alentaba el líder morado contra las élites a golpe de escrache resulta tan injustificable como comparar la caja B del PP y sus decenas de tramas corruptas con la acusación del exabogado de Podemos al partido donde trabajaba en base a chismes de militancia. Como dice el cantautor protesta Ismael Serrano, "es puro fascismo". "¿Qué historia es esa de las ratas? No sé, curiosa, ya pasará", narra Albert Camus en su obra La peste, alegoría del totalitarismo y su incapacidad para detectarlo a tiempo. O fumigamos tales actitudes, o la plaga de ratas será incontrolable.

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