N la imaginaria Espalandia reinaba Carlos Juan, un campechano monarca que había hecho realidad eso de hacerse a uno mismo, lo que le permitió pasar de una humilde condición en la que ni siquiera tenía trono ni fortuna a darse el lujo de regalar a su amante extranjera, Karina, 65 millones de euros. Supuestas grabaciones recogían frases de cariño que el veterano rey le dedicaba a su cortesana. "Eso háblalo con mi abogado", "¿Qué abogado?", "El que tengo aquí colgado", respondía entre risas CJ. Otro día alardeaba de un lujo reservado a muy pocos: "¿Tú sales en alguna moneda? Yo sí", se ufanaba el prócer mientras mostraba calderilla en la que aparecía su efigie. También le gustaba cazar, para lo cual no tuvo reparo en irse a Botsuana, donde la leyenda dice que abatió un elefante, aunque en la versión de Karina, "el elefante lo tuve que matar yo, porque al señorito le daba miedo. Luego, para hacerse la foto le faltó tiempo". Después, el egregio cayose, que es como se caen las serenísimas altezas, y rompiose la cadera. Entonces, para demostrar que respetaba a sus vasallos y reconocía su error, pidió perdón a su manera. "Lo siento, no volverá a ocurrir". Después de todo esto, un día decidió abandonar su patria, para lo cual se reunió con Karina y le dijo: "Te voy a hacer un truco de magia". "¿Cómo?", preguntó ella. "Fácil. Te echo unos polvos y desaparezco". Y lo hizo. Sin dar cuentas de nada a nadie. Con los millones de su pueblo.

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