OMO personaje de reality que fue, nadie se puede extrañar de las excentricidades de Donald Trump para hacer frente al rastro de decenas de miles de muertos estadounidenses por la pandemia. Su peligro crece exponencialmente al apropiarse de una frase de Richard Nixon para combatir las protestas por el homicidio del afroamericano George Floyd a manos de un agente durante ocho largos minutos de asfixia: "Ley y orden". En un país acostumbrado a dar lecciones al universo sin terminar de procesar su propia historia de décadas de segregación, opresión, salarios infames y derechos nulos hacia la población negra; esta escalada sin freno de la geoestrategia trumpista que aviva los fuegos del supremacismo blanco puede achicharar en noviembre una reelección que hace poco se daba por cantada aunque los dirigentes planetarios prefieran, casi como él, mirar hacia otro lado y no toserle. En su contra juega además una tormenta perfecta donde se ha despeñado su castillo económico al perder, solo en abril, 20 millones de empleos, gestándose la mayor recesión desde la Gran Depresión de 1929. Es en estos casos cuando el Simón de turno recomendaría que hacer uso del cerebro es obligatorio en todos los lugares y franjas horarias del mundo, pero en el caso del mesías de la Fox la cabeza no le alcanza ni para llenarla de serrín. Por la paz una avemaría, las urnas deberían bajarle del crepúsculo y convertirle en el parásito que el viento se llevó. isantamaria@deia.eus