RAS soportar tres días los vis a vis entre vecinos y verles atados a las terrazas de los bares, mientras uno no puede visitar a la que siente su familia a pocos minutos en metro, aunque cumpla todos los protocolos a los que no atienden los inicialmente citados, acabé la lista de asuntos pendientes en caso de futuro rebrote. El rebote obedece a esta desescalada que nos lleva a este desfase más que a saber bien si estamos en alguna fase. Con los pocos ahorros que tendremos he decidido adquirir una cinta de correr y hacerme runner, apuntarme a la piscina, convivir con un perro, hacer recados a diario, comprar el pan en un sitio distinto al del periódico para ejercitar piernas, sopesar la idea de tener hijos, apañármelas para tener pareja con la que pasear, cultivar un huerto, rememorar a Pancho sobre una bicicleta... Y, por supuesto, no volver a quedar aislado en soledad. No sé si me pondré más en forma o acumularé más estrés que el que nos genera esta ceremonia de la confusión en que se ha convertido el desconfinamiento. Pero me servirá para dejar de pensar en las razones certeras de este escenario donde los chavales vuelven a clase, el funcionariado ya está en el tajo, la OTA a pleno rendimiento, el balón casi rueda... Y los de siempre, a lo suyo. ¡Ah, que era eso! Y uno, que bastante tiene en no poder dar su cariño a quien ha tenido que dejar al cuidado de quienes de verdad hacen país, sin poder recibir el afecto de quien vive a tiro de piedra. ¿O sí puedo?

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