OS superdotados servicios de inteligencia del Gobierno español, aquellos que despreciaron la amenaza vírica que se propagaba desde China, amagan con geolocalizarnos a través del móvil para conocer si la ciudadanía viaja entre Comunidades Autónomas. Es Semana Santa y del mismo modo que algunos se calzaron el ordenador para ocupar la segunda residencia, la responsabilidad tiene ahora cariz de norma y y todas las decisiones están basadas en datos, esos logaritmos que constituyen un ejército como una sociedad entera. El virus, igual que hicieron los atentados terroristas de 2001 o los más recientes de carácter yihadista de los últimos años, acentúan el temor a la integridad física y sitúan prioridades. Volvemos al eterno debate entre seguridad y libertad: confinamiento, geolocalización, militarismo y control, la tentación de cualquier gobierno funcionando a decretazos en medio de un escenario de frenada en seco y falta de certezas sobre un futuro con precinto. Y es humano no rechistar si la vida está en juego. La pregunta es cómo saldremos de aquí entre todo el abanico de malos augurios que nos acechan a la vuelta de la esquina del covid. Entre ellos una libertad a la que venimos cediendo durante años, antes por inercia, ahora por fuerza mayor y que venía ya ciertamente apaleada con tanta cesión de datos. Bastaría con apagar el teléfono móvil, aunque me temo, el gran ojo no solo seguirá ahí, sino que tendrá, con nuestro permiso, mayor enfoque.susana.martin@deia.eus