EL PP vasco sufre su particular annus horribilis con base en el mando a distancia que a estas alturas no debiera extrañar a Alfonso Alonso. Le llegó Fanjul y se le fue Sémper bajo el convencimiento de que la delegación vasca era un apéndice, como siempre fue aunque es posible que nunca con tanto descaro. El propio Alonso destronó a Quiroga vía viaje exprés a Euskadi con el maletín de ministro y banda de Miss Sorayo. Ahora bebe de su propia medicina, casi debería agradecer al lehendakari Urkullu que no haya dejado más margen a los inquilinos de Génova 13 para marear la perdiz y hayan tenido que ratificarle como candidato porque no hay tiempo para más. Los trasiegos de Rosa Díez y Savater a la sede tampoco auguraban un éxito por trasnochados y paracaidistas en una delegación vasca en busca de esa moderación inexistente para los rasputines de Madrid, con cetro y sin centro, como cuando un día lo tuvo en mano Alonso, un bastón de mando tutelado por pura geografía. Pero ni Génova ha transmitido entusiasmo en la designación de Alonso, ni Alonso ha querido hacer mutis a pesar del papelón impuesto y del año tremendo que lleva: con un escaño vasco repescado por los pelos, uno de sus mayores referentes huido, un sangrado de casi 44.000 votos en cuatro años, la mudanza en el eje de apoyos del Parlamento y un votante huérfano acostumbrado a que el centro es el del poder.

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