Lo más sangrante del espectáculo que ha ofrecido la derecha española en el Congreso de los Diputados durante las sesiones de investidura no ha sido lo que hayan dicho sobre el candidato a presidente o sobre los grupos políticos que han permitido su elección, por muy duros que hayan sido los insultos y las descalificaciones; lo verdaderamente sangrante es el concepto que los líderes de estos partidos, especialmente los del Partido Popular, tienen de sus votantes, reales o potenciales. Si yo fuera un votante del PP con dos dedos de frente, y no tengo ninguna duda de que son varios millones a lo largo y ancho del Estado español, ahora me sentiría muy dolido con Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo y el pelotón de diputados y diputadas que han dado tan denigrante espectáculo. El discurso del presidente del PP y la postura de sus palmeros estaba dirigido a aquel votante tipo que despedía a la Guardia Civil en Andalucía, camino de Catalunya, al grito de ¡A por ellos, oé! Me niego a creer que el grueso de los votantes populares respondan al perfil que han dibujado Casado y compañía, porque no hay ninguna duda de que sus discursos dentro y fuera del hemiciclo buscaban afianzar el voto de quienes ya les han dado su confianza y ampliar el espectro a futuros votantes. Si yo viera que el partido al que he votado busca apoyo popular en los caladeros más inmundos de la población, es decir en el prototipo de gorra calada hasta las cejas, le pediría que apartara de mí ese cáliz.