SÁNCHEZ ha puesto a su tocayo Duque a hablar ruso en el país de Putin, paradigma de las peculiares democracias, para aclarar que la suya está consolidada, tras lanzar en campaña, minutos antes de la sentencia del procés, un vídeo autopromocional a cargo del erario público para intentar demostrar que España es la casa de todos. De los que piensan como él, claro está. Con un gobierno sin urnas en ciernes seguramente el clima interpretativo sería otro, pero la estrategia del socialista se intuye prefabricada desde hace meses en tanto que la algarada catalana denunciando el veredicto político del Supremo, que dedicó solo dos de las 493 páginas del fallo judicial a verificar los hechos probados del 1-O -poco más podía corroborar-, coloca al presidente (en funciones) en el escenario ideal: el de presentarse como un partido de orden en tiempos de agitación. En un país donde cada acusación de terrorismo y golpismo se desvanece como un azucarillo una vez penetrada la sombra de la sospecha, donde se construyen relatos a partir de una condena ya cifrada, en el que las ensoñaciones son objeto de prisión no vaya a ser que los sueños se cumplan o que tiene a sus mayores haciendo piernas por carreteras secundarias no basta con exhibir fachada petulante de impertérrito líder ni recurrir a expertos del corta y pega para internacionalizar spots. Solo les queda resucitar aquel latiguillo de “Nosotros, los demócratas”. Dime de qué presumes...

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