EL oficio de escribir la historia tiene su mayor enemigo en el contraoficio de reescribirla. La tentación de contar las cosas como les habría gustado que fuesen en lugar de aceptar cómo fueron es demasiado irresistible para algunos. Hace una semana, en el 75 aniversario de la liberación de París, el Ministerio de Justicia español difundía un tuit en el que afirmaba que España tuvo un papel crucial en dicha liberación. Los soldados españoles de La Nueve fueron los primeros en entrar en París y su contribución a este hecho histórico fue fundamental. No fueron soldados españoles los que entraron en la capital francesa, sino milicianos republicanos en el exilio de su país, España, que vivía bajo la bota de Franco, un dictador que comulgaba con las ruedas de molino de Hitler. Ítem más. El lunes, un periódico español informaba de la petición de perdón por parte de Alemania al pueblo polaco por la represión de los nazis. En esa información, un profesor de Historia de una universidad española hablaba del bombardeo por los nazis de una localidad polaca, Wielun, y decía que hasta entonces “la aviación siempre había sido utilizada como un apoyo de la infantería y para la eliminación de objetivos militares. Sin embargo, esta vez, el objetivo fue la población civil”. Ignora el historiador Gernika, teniéndola más cerca. No querría aventurar hipótesis alguna sobre sus motivos, pero ya es casualidad que en apenas una semana haya habido en España dos reescrituras de la historia tan desgraciadas.