HUBO una vez que a las prácticas de los tíos salidos se las llamaba simplemente cerdadas. Ahora que la moral se ha puesto las pilas, ya hasta bautizan la nueva perversión de esos tipejos depravados que les ha dado por grabar a mujeres por debajo de las faldas. Upskirting lo llaman en inglés. Esta semana han trincado en el metro de Madrid a un cenutrio que había filmado a 555 chicas y había subido las imágenes a una web pornográfica. El rey de los degenerados usaba un gadget improvisado, una mochila con un teléfono móvil acoplado, con el que inspeccionaba los bajos fondos que dejaban a la luz faldas y vestidos. El fenómeno de los sátiros y los viciosos es viejo, pero antes estaba menos perfeccionado. Siempre ha habido mirones chapuceros que han fingido atarse los cordones con el truco del espejo para colocar los ojos en la entrepierna. Luego aparecieron las cámaras instaladas en baños de centros de trabajo o en gimnasios, y finalmente han surgido los depredadores que llegan a incorporar un móvil en el zapato para grabar partes íntimas. El principal problema radica en que el jeta inmoral de la cámara oculta de Madrid tenía una web, donde colgaba sus robados de genitales, con la friolera de 3.519 suscriptores. Voyeurs de medio pelo y tíos patéticos. Y luego todavía hay que oír al impresentable de Bertín Osborne preguntándose por qué es necesario el feminismo.

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