eL monumental atasco en el último tramo de la ascensión al Everest retratado hace un par de meses, que se saldó con ocho himalayistas muertos, ha dado pie a las autoridades nepalíes a establecer un nuevo peaje en esta autopista hacia el techo del mundo. Hasta ahora, quienes querían montar una expedición tenían que superar los rigores del calendario y de las elevadas tasas que había que satisfacer, pero aquello se había convertido en un coladero: las agencias que organizan estas expediciones repartían aparatitos de Vía-T como churros y el personal pasaba a hacerse un ochomil sin tener que esperar apenas a que se levantara la barrera. Ahora, para poder acceder a esta ruta que lleva a la más alta gloria del montañismo va a ser necesario sacarse el carné: los candidatos a hollar el techo del mundo deberán acreditar haber ascendido una cima de al menos 6.500 metros en el Himalaya, presentar un certificado de salud y condición física acorde al esfuerzo que se quiere acometer, y contratar un guía local para la expedición. La criba, sin embargo, no parece que vaya a ser demasiado efectiva. Me temo que tras un periodo en el que los atascos se van a trasladar a los picos de 6.500 metros, a las consultas de los médicos acreditados y a las agencias de sherpas, que van a proliferar como setas, la masificación volverá a las aristas del Everest. No se le pueden poner puertas al campo y tampoco al monte; al menos, mientras este siga siendo un boyante negocio.