Sí, evidentemente, podríamos utilizar el método Trump para quitarnos de en medio a esos indeseables de otro color, otra cultura, otra lengua... y que llevan dentro el gen del mal. “Podríamos ganar la guerra de Afganistán en una semana, pero no quiero matar a 10 millones de personas. Ese país podría quedar borrado de la faz de la tierra, pero no quiero ir por esa vía”, dice Trump. Pero la posibilidad existe, y se plantea sin atisbo de ingenuidad: es una amenaza, una demostración de superioridad sobre un país, sobre diez millones de personas, entre las que están los talibanes a quienes Trump aniquilaría si pudiera separarlos del resto de la población, meterlos en un campo de concentración y gasearlos para no gastar munición. Ese Trump tan vilipendiado tiene, sin embargo, un punto de lucidez, y matiza: “Tendríamos que matar a diez millones de personas; no quiero ir por esa vía”. Y muchos de los que aquí, entre nosotros, catalogan habitualmente de carcamal al presidente estadounidense, son incapaces de hacer esa segunda reflexión del magnate. Aquí, tras una violación protagonizada presuntamente por personas de una procedencia concreta, son muchos los que piden a nuestros políticos que cojan a todo ese colectivo, lo metan en aviones y lo expulsen del país. Así, en plan preventivo, antes de que se pongan a violar. Si pudieran concentrarlos en un recinto vallado, los masacrarían para ganar la guerra de la seguridad. Primero a esos, luego a muchos otros. Esa es su vía.