ALBERT Rivera vino al mundo político como vino al mundo: desnudo. Nadie podrá acusarle del pecado original de la mentira; quedó a la vista que lo que pretendía era dar que hablar. Y dar que hablar se ha convertido en el primer mandamiento de su mesiánica misión y, por ende, de la de sus apóstoles. Un informe interno de la formación naranja sitúa tres hitos como los más rentables a efectos de imagen pública: su participación en la manifestación de todas las derechas en la madrileña plaza Colón, por un lado, y sus dos bolos en Euskadi: el de Errenteria y el de Ugao. Los expertos de C’s destacan la repercusión mediática de todos esos eventos, tanto en los momentos previos a producirse, como en el transcurso de los mismos y en los debates posteriores que acarrearon. El próximo informe de estos estrategas dará también, sin duda, una gran relevancia a lo ocurrido el sábado en Madrid en los prolegómenos de la manifestación del Orgullo LGTBI. A sabiendas de que sus coqueteos con la homófoba ultraderecha voxita no casaba en absoluto con su presencia en aquella marcha, los de Rivera decidieron ir, para dar que hablar. Y lo consiguieron. Hay quien califica esto de pura estrategia de provocación, pero en Ciudadanos reivindican su “derecho democrático” a ir adonde les dé la gana aunque sea solo para tocar el cuerno. Derecho tienen, resultados obtienen? pero esta estrategia del escándalo, ¿demuestra de alguna forma su solvencia como posibles gobernantes?