El 28 de abril hubo movilización general y la masiva presencia en las urnas hizo que la anunciada amenaza de la llegada del depredador quedara relativamente velada, y puede que algunos piensen a día de hoy que se trató de una broma de Juan, el pastor; que no hay tal peligro y que la próxima vez podemos quedarnos en casa tan tranquilos. No era para tanto. Falsa alarma. Y no. La gran baza de quienes practican la política a dentelladas es precisamente esa, la poca constancia de muchos, que solo se movilizan cuando le ven las orejas al lobo y se relajan cuando éste se cubre con la piel de cordero que le conviene en cada momento: ahora más fiero, ahora más amable, ahora más manso... La cita del 26 de mayo no es menos importante que la del pasado día 28. Está en juego lo mismo, porque no resultan creíbles las nuevas estrategias que anuncian quienes erraron en sus mensajes. Si cambiaron de la noche del 28 a la mañana del 29, quién es el ingenuo que cree que no volverán a su verdadero ser el 27 de mayo si obtienen los resultados apetecidos. Cada elector debe mirar por la ventana de su municipio y comprobar si lo que ve le gusta más que hace cuatro años; debe alzar la mirada a todo su territorio histórico y comprobar si ha habido un avance y si éste ha sido en la dirección adecuada, y debe levantar aún más la mirada, situarla en Europa, y pensar quién puede defender mejor sus derechos en Bruselas. Todo ello, sin perder de vista al lobo, que sigue ahí, acechando.