los extremos, los extremistas, se han retroalimentado siempre. Aunque afirman profesarse un odio atávico, lo cierto es que no pueden vivir los unos sin los otros. Son pareja de hecho, y si uno falta durante un tiempo, el otro lo busca ansioso. Cuando se reencuentran, chocan hasta producir rayos, truenos y centellas, y proclaman a los cuatro vientos las maldades del otro, que son la causa que les obliga a partirse la cara. Los extremistas, en realidad, odian todo lo que se encuentra a su izquierda, derecha, arriba, abajo, y hasta en diagonal. Se vanaglorian de ser los únicos poseedores de la verdad absoluta y les cuesta entender que la mayoría no les siga, aunque lo explican por la escasa capacidad crítica y el aborregamiento de las masas. Este fin de semana hemos vuelto a contemplar sus tristes juegos florales. La historia se repite. Bilbao ha tenido que padecer en numerosas ocasiones graves destrozos provocados por los defensores de la patria que pretendían, según ellos, protegernos de los defensores de la otra patria. Ellos invitan a la bronca y nosotros pagamos sus desmanes. Da una tremenda pereza seguir escribiendo de estas cosas sobre las que escribimos durante décadas, pero mientras haya neandertales entre nosotros habrá que seguir denunciando sus prácticas vandálicas y proclamando que su tiempo ya pasó, que hasta sus parientes políticos más cercanos se avergüenzan de ellos, aunque aún sigan sin tener el valor de decírselo a la cara.