Somos ranas cociéndonos a fuego lento en esta olla llamada planeta Tierra. El eslabón perdido de la evolución que Darwin no habría podido imaginar nunca es este: el homo sapiens ha mutado en batracio y nada plácidamente en un agua tibia que cada vez se va calentando más y acabará por cocerlo de las ancas a los sesos. La mente del homo sapiens había evolucionado lo suficiente para comprender que una acción humana podría acabar con el planeta. Y pensaba en la amenaza del holocausto nuclear o en la propagación de alguna pandemia imparable. Pero mientras huía como del agua hirviendo de un apocalipsis predecible y al uso, su alocada carrera por un crecimiento del bienestar que dejaría el perdido paraíso bíblico a la altura de un resort de tres estrellas todo incluido le besó en los morros y lo convirtió en rana. Así, gradito a gradito, los humanos vamos nadando sin guardar la ropa y miramos para otro lado, porque ese fuego del cambio climático que nos caldea el puchero debe ser de inducción; que calienta, pero no quema, vamos. Decir que el calentamiento global es el principal problema al que se enfrenta hoy la Humanidad (infinitamente más importante que todo el resto de barbaridades que nos preocupan y ocupan) es exponerse a ser tachado de agorero y hasta de inocente crédulo de los dictados de la internacional ambientalista. Y mientras la olla sigue un proceso que culminará en el escaldado global, nosotros nadamos, nadamos... hacia la nada.