No todo ya es fango. Otra cosa es que hay mucho estiércol. Demasiadas cosas empiezan a oler mal. Y, curiosamente, vienen del mismo sitio. El pendenciero Ábalos se la tiene jurada a Santos Cerdán. Mucho más que a Sánchez, su desengaño particular. La revancha en este triángulo puede ser letal en manos de la novela por entregas de la UCO. Air Europa no solo supone la salvación de una compañía aérea que, por cierto, ya ha devuelto la ayuda. Que le pregunten a De Aldama por los datos. Mientras, los secuenciales whatsapps del exministro, cargados de maledicencia por un intencionado ventilador, emiten señales de socorro. En el fondo, una cierta descomposición empieza a apoderarse del escenario institucional, donde un Gobierno camina cada día más asaeteado y sin iniciativa posible, atenazado por el vértigo al escándalo de la mañana siguiente. Enfrente, lamentablemente, tan solo el atronador ruido de los tambores.
Ahora mismo, aquella inquietud social y económica del inexplicable apagón suena viejuno. Como mucho, otra muesca de ese confabulado teatro del caos que en esta Corte madrileña toma cuerpo con avidez interesada, pero que acaba calando en el subconsciente ciudadano. Por eso, en la arena, la oposición solo quiere sangre. Para ello, en los últimos días tiene a mano la impagable venganza del imputado Ábalos, que ve asomarse un preocupante futuro judicial. Es ahí donde hay que incrustrar el efecto perverso de la difusión –no en la Guardia Civil– de esos miles de mensajes particulares, trufados de chascarrillos y de algunos retratos escalofriantes sobre un manual de ejercer el poder poco, o nada, edificante.
Las noches se están haciendo muy largas para algunos temiendo la exclusiva en la madrugada. La munición tiene en vilo al personal, en el poder y en quien lo desea. Hay mucho miedo a lo desconocido. A estas horas, sobre todo alrededor de Santos Cerdán. Los rumores, esa afición con legión de seguidores, aparecen preñados de maldades sobre las andanzas poco edificantes del poderoso dirigente socialista. El río empieza a sonar con demasiada insistencia, aunque ya se sabe que en Madrid siempre hay que descontar la intencionalidad de parte. Ahora bien, bastaría con que fuera verdad la décima parte de las supuestas acusaciones para que la consistencia ética del actual gobierno perdiera pie y, de paso, la legislatura viera comprometida de veras su continuidad.
Los socialistas contienen el aliento. La procesión va por dentro. Empiezan a vislumbrar que aquella admonición sediciosa de Aznar de que “quien pueda hacer, que haga” toma cuerpo con fuego en varios frentes. Frente a la tempestad, minimizan para la galería los daños de los whatsapps, del lío de las renovables, del parón de los trenes, del hermanísimo, de la mujer, del atormentado juez Peinado y del fiscal general. Pero saben que la gota malaya va calando. Les salva todavía una oposición echada al monte, sin otro proyecto de país que la denuncia permanente, la trifulca, un discurso vacuo y que, en el caso del PP, ha fijado fecha para encontrarse.
LA NAVAJA A MANO
Asoman vendavales de pedrisco. Hay indignación y rabia contenida en el verbo del presidente. Tiene afilada y presta la navaja dialéctica. Se la empieza a enseñar con crueldad a Feijóo, a quien detesta y desprecia. Le escupe los desaires sin consideración alguna. Las acusaciones del líder popular le están haciendo mella hasta el extremo de refugiarse en las evasivas, como ocurre con Air Europa y el rompecabezas judicial de Begoña Gómez que tanto le atormenta. Es entonces cuando le hace vudú y pronostica una debacle ideológica y de liderazgo en el próximo congreso del PP, aludiendo al influjo desestabilizador de Díaz Ayuso y al programático de sucumbir ante Vox.
No parece que Feijóo vaya a caer en la trampa. Como piedra angular, quiere abrazar la unidad de la tropa desde el primer minuto. Así se entiende el guiño condescendiente de asignar al ayusista empedernido Alfonso Serrano la organización del cónclave de julio, aunque al hacerlo también marca la posible tendencia de las doctrinas que vayan surgiendo. En compensación, el dirigente gallego debería disponer de manos libres para componer, por fin, un equipo de dirección mucho más solvente que el actual y que así le libre de algunos bochornos impropios. Hasta entonces, sin Presupuestos y un Gobierno al ralentí deseoso de que llegue el verano, queda tiempo para conocer las siguientes maquinaciones del clan Ábalos, el signo de inquietantes investigaciones judiciales y, quizá, hasta del motivo del apagón. Tiempo sin dormir para muchos.