A pecho descubierto. Sin plan, sin plazos, sin apoyos, sin presupuesto. Otra vez ese Pedro Sánchez desafiando a la adversidad, tentando a la suerte, confiando en esa permanente baraka adherida a su arrojo innato. Pero, ahora, mucho más aislado e incómodo que nunca. Le acecha, además, la lupa inmisericorde de una Unión Europea intransigente en su exigencia de un mayor gasto en defensa de los Estados miembros. Una encomienda endiablada, propicia para la rebelión ideológica de la izquierda. Una malévola disculpa para aguijonear la unidad de un gobierno coaligado cada vez menos consistente. La debilidad palmaria, en definitiva, que siempre ansió la derecha para retroalimentar su desbocada ambición de poder.

Acechan oscuros nubarrones. Aquella mayoría de investidura exhibe ya un barniz de pura entelequia. De repente, nadie apoya al presidente fuera de su casa. Unos socios se lo dicen a la cara; otros lo hacen con modales más contenidos. En el caso de la derecha, por su método habitual. Por tanto, en este trascendente envite para un rearme teóricamente preventivo contra la tempestad trumpista, cada cual busca su particular cobijo muy lejos, resquebrajando así el anhelo de unidad. En esa orfandad, Sánchez incluso osó plantear la cuadratura del círculo. Provisto de esa indiscutible capacidad ilusionante en su oratoria dice tener la pócima para cumplir las exigencias europeas sin arañar un euro al actual escudo del bienestar social. El primer ministro británico, socialista como él, prefiere reconocer, en cambio, su incapacidad para los milagros. Ya ha admitido con crudo realismo que sus ciudadanos perderán muchas de sus actuales prestaciones.

Queda partido por jugar. Ahí radica la angosta esperanza del PSOE. Tiempo suficiente, creen, para que el PP se avenga una vez que sus compañeros de Bruselas se lo aconsejen. De momento, ese escenario es pura utopía. Feijóo ha decidido pisar a fondo el acelerador. Cree que es el momento de hurgar en la herida. Sus encuestas le dicen que le espera un futuro alentador. Envalentonado por tan prometedora perspectiva, azuza sin piedad a Sánchez, minimiza el impacto del hiriente pacto del tóxico Mazón con Vox y sonríe picaronamente cuando le cuentan que Junts empieza a esparcir entre algunos periodistas la idea de que todo sería posible en un futuro viaje compartido sin Abascal. Cuando esta conjura cuaje, que nadie, por favor, cuestione el copyright a Rufián. Para entonces, en el supuesto de que Santos Cerdán cumpla con su promesa, Puigdemont habrá dejado de ser prófugo. Así quedaría expedito el camino para explorar esos hipotéticos acuerdos de conveniencia que, a estas alturas, tanto repudian en la bancada popular.

Sin presupuestos

La izquierda sigue empeñada en facilitar el trabajo al PP. Con su palmaria desunión, Sumar y Podemos arrastran a los socialistas al desaliento. Cuando Ione Belarra llama “señor de la guerra” a Sánchez, como si fuera Aznar en los tiempos de la sumisión a Bush en Irak, el PSOE se estremece por el eco de semejante improperio. Cuando Yolanda Díaz escenifica con un portazo hacia la galería de los suyos las supuestas diferencias con Montero sobre la tributación del SMI, cruje de tal modo la solvencia de esta coalición que no queda más remedio que hilvanar a toda prisa un acuerdo para salvar la cara. Frente a este ambiente desasosegante, en su aplaudida despedida como diputado, Aitor Esteban quiso reducir el desaliento rampante apelando a elevar el nivel del actual debate político y con menos decibelios agresivos. Tampoco sería extraño que estos buenistas deseos del nuevo presidente del EBB queden reducidos a agua de borrajas.

A modo de guinda de este pastel endiablado, tampoco este año habrá Presupuestos. Paradójicamente, nadie se rasga las vestiduras ante semejante anormalidad democrática. Ha pasado a convertirse en moneda de uso común cuando los vientos son desfavorables para quien manda. Se hace ya sin escrúpulos, aunque con algunas justificaciones tan peregrinas como la esgrimida sin sonrojarse por la portavoz Alegría. Este atajo tan poco ejemplar no entiende de colores. Ayuso lo viene repitiendo. Sánchez, lo mismo. Rajoy también lo usó. Más allá de la diatriba dialéctica, estas prórrogas, en su fuero interno, desnudan la incapacidad, cuando no la voluntad, de propiciar acuerdos y arrojan arena a los cojinetes de la capacidad de respuesta de cualquier gobierno a las necesidades y exigencias del país sobre todo en los tiempos que corren. Cuando más arrecia la tormenta económica y geoestratégica, más disoluta emerge la respuesta política desde las Cortes.