Otra loncha más
Pedid y se os dará. Junts exprime al máximo el limón evangélico que mercantilmente le ofreció Sánchez para facilitar su actual investidura. No deja de sacar lonchas de este jamón político. Un partido de oposición en España y Catalunya, que pone en jaque la estabilidad del gobierno de un país al que desprecia, que chantajea sin reparo a un partido mayoritario del que jamás se fía, que condiciona legislativamente un Estado del que quiere irse y que irrita hasta la exasperación a su máximo rival en el granero independentista. Caso insólito en el parlamentarismo con apenas siete votos en un Congreso de 350 escaños. Y aún no ha acabado de cobrarse toda la pieza mientras la coalición de izquierdas desee seguir en el poder.
Vuelven las fichas catalanas a convulsionar el tablero. Posiblemente nunca dejaron de hacerlo, aunque las sucesivas concesiones del PSOE y la insultante mayoría de Salvador Illa les ha ido obligando paulatinamente a moverse sin tanto ruido como hace cinco años. Ahora bien, Puigdemont nunca se resigna al ostracismo. Sus certeros golpes de efecto apuñalan al españolismo, desdicen las promesas electorales de Sánchez y descomponen la paciencia de la derecha porque se va tejiendo una tela de araña de normalidad que solo desprecian quienes carecen de otras soluciones y que, de paso, apuntala al socialismo. El dinero, que siempre detecta con acierto la dirección del viento, lo reconoce. Ahí queda la vuelta a casa del Banco Sabadell, pero, especialmente, del determinante entramado financiero de La Caixa. Pocos ejemplos existen más esclarecedores para explicitar una realidad sin objeciones.
El lobby empresarial catalán resurge. Señalados por el vergonzoso 3%, desasistidos tras la descomposición de CiU y agazapados durante el procés, alumbran, y con fundamento, la esperanza de un nuevo tiempo favorable. No es baladí en este renacimiento la relación entre el líder de la patronal Foment y Puigdemont con sus frecuentes encuentros en Waterloo. Ni tampoco el expreso respaldo empresarial al nuevo orden en la Generalitat. Felipe VI vuelve al Mobile porque ha dejado de soplar la tramontana.
El envés de la moneda viene envuelto de agria polémica. Se trata de la inmigración. Un fenómeno social y humanitario que desquicia a Junts por más de una razón. Le preocupa, de entrada, porque le ha salido un rival electoral como Aliança Catalana, tan independentista como ellos, pero tan ultraderechista como Vox arrancando votos desde la xenofobia. Para atajar su avance, Puigdemont entiende que la mejor medicina es disponer de la transferencia sobre el control de entrada por sus fronteras. Un PSOE sin urgencias de poder jamás se lo concedería. Lo mismo hubiera ocurrido con la financiación singular. La permanente debilidad de Sánchez, en cambio, lo hace posible. Una humillación más que puede generar sin mucha dificultad connotaciones racistas simplemente con escuchar las primeras interpretaciones de los enorgullecidos diputados neoconvergentes (?) tras conseguir esta preciada loncha. De momento, ningún ministro les ha desmentido. Un silencio que alienta los temores de quienes advierten del significado jurídico y político de esta dádiva siempre anhelada por cualquier soberanista.
Otra cosa bien diferente es que prospere esta inédita delegación de competencias. Todo depende de Podemos y Compromís. La izquierda pablista dispone de un hueso propicio para volver a enseñar sus dientes. Incluso, dispondrá de bastante tiempo para exhibir su oposición porque la Mesa del Congreso dilatará todo lo posible la irrupción de este debate, cargado de dinamita verbal. Espacio suficiente para que Bolaños vuelva a probar suerte con Belarra como ya hizo con fortuna durante el jaque morado a la Ley de Eficiencia Judicial. Perro ladrador, poco mordedor.
Dos caras distintas
Con esta nueva claudicación ante Puigdemont, el PP regenera sus reiteradas diatribas para socavar la credibilidad de la mayoría gobernante. No le faltan argumentos para cincelar esta estrategia y así aminora el desgaste de sus particulares viacrucis, también en Cuaresma. La persistencia de Mazón en seguir envuelto en su escandalosa confabulación se une a la irritante manifestación de la directora de Salud de Castilla y León, capaz de asegurar que el covid no fue tan grave. Mientras, el sibilino Sánchez colocaba sus peones en Telefónica sin perder el tiempo. Al revés que la histriónica comparecencia de M. Rajoy durante otra comisión de investigación estéril, solo válida para exacerbar ánimos, esparcir disculpas increíbles, despachar tuits y ocupar minutos de tertulias. Ahí no había jamón que cortar.