El fascismo toma Madrid. Lo hace este fin de semana arremolinado bajo el furor trumpista. Un patriótico escaparate de líderes ultraderechistas europeos, para mayor gloria de la proyección de Vox, en especial de su líder. Casualmente, esta conjura de indudable atracción mediática coincide con la enésima crisis interna provocada por la reaccionaria dirección de los alféreces custodios de Abascal, pero, a cambio, con sus mejores expectativas demoscópicas. Sin duda, el peor escenario imaginable para el PP, enmarañado en una endiablada encrucijada done se entrecruzan el oxígeno de Junts a Sánchez y la incapacidad para recuperar esas decenas de miles de votos perdidos bastante más allá de la derecha.

La impaciencia se está apoderando del batallón popular. Varios de sus barones cierran los ojos cuando intuyen el desgaste interno que pueden suponer para Feijóo unas elecciones a dos años vista. Son los mismos dirigentes que empiezan a conjurarse para abordar una política más incisiva, propositiva y dejar así a un lado la actual estrategia de esperar a que caiga la fruta madura. La conjura por dar la batalla y hacerse sentir con tus propias fuerzas. Eso sí, en cualquier caso, sin rebeldía ni moviendo la silla al presidente. Prietas las filas con el mismo candidato. Un cortocircuito a la figura estelar de Díaz Ayuso, sobredimensionada en la Corte pero que más allá de la M-40 sus compañeros auguran un rendimiento electoral muy incierto. En cualquier caso, se trata de un incipiente debate interno, por ahora silencioso y que solo implosiona con estertores tan sonoros como la polémica discursiva en torno al juego malabar del sanchismo mezclando decretos.

Sin el BOE en la mano, la capacidad de sufrimiento resulta agobiante. Por eso el PP busca válvulas de escape para mantener la moral de la tropa más allá de la dimisión del hermano músico del presidente o de las invectivas del corrupto comisionista De Aldama. Tampoco le acompaña la suerte. Justo cuando el inefable García Gallardo volvía a desnudar la dictadura orgánica de Vox dando un sonoro portazo y los populares se aprestaban a recoger los beneficios de esta escenificación de divorcio, aparece un sondeo que concede a este partido sus mejores expectativas electorales.

En este tipo de formaciones políticas, surgidas desde la bilis, no hay interrelación alguna entre los efectos devastadores del despotismo de la guardia de corps de su dirección y el apoyo del votante. Sus partidarios, más allá de Abascal como legionario contra los malos patriotas, jamás distinguieron entre Buxadé o Espinosa de los Monteros. Ni les importa. Mientras Sánchez siga en el poder, Puigdemont mantenga su influencia determinista y la inmigración constituya una bala dialéctica, Vox tiene garantizado el caladero para hacerse fuerte mirando a la cara al PP. Bajo ese escenario, la derecha se seguiría enredando. Abortaría de cuajo, por tanto, la incansable pretensión aznarista de abrazar la unidad. Ahora bien, todo cambiaría simplemente cuando se atisbe la llegada al poder.

Enredos en Junts

En la derecha catalana, las crisis internas se dirimen sin alaridos. Tampoco es baladí que en el empeño cuentan con el inestimable respaldo de un cualificado sector de la prensa entregado a la causa desde el arranque del procès y que pasa de puntillas sobre estos fuegos. Cualquier denuncia en el Parlamento europeo por acoso sexual y sicológico tiene garantizada una catarata informativa acorde con semejante tropelía. No es el caso de Toni Comín, hasta hace unos días mano derecha y plañidera reconfortante de Puigdemont en sus días de soledad. Más allá de un tímido tirón de orejas, nadie se ha rasgado las vestiduras dentro y fuera del partido por la imputación sobre este europarlamentario electo, difundida explícitamente por su supuesta víctima, un exasesor suyo. Se le dejará caer con el ruido bien controlado y asunto liquidado.

En realidad, Junts tiene asuntos perentorios mucho más trascendentales. La aplicación de la amnistía se sigue dilatando hasta constituir un doble problema judicial y político, pero empiezan a moverse las piezas. La contundente irrupción del presidente del Tribunal Constitucional da fe del interés por desbrozar un bloqueo que ha llegado a entenderse como manifiestamente intencionado. La decidida voluntad de Conde-Pumpido para agilizar el recurso del PP contra el perdón a los líderes de la rebelión catalana no le pasará desapercibida a Puigdemont.